Según la mitología griega, el dios Apolo se encaprichó de la ninfa Dafne, hija del río Peneo, pero ella huyó de él. El dios la persigue y, cuando está a punto de ser alcanzada, la ninfa implora la ayuda de su padre que la convierte en un laurel (esto significa "dafne" en griego), el árbol sagrado de Apolo. Nunca el arte de Garcilaso (escribe Lapesa) se mostró más poderosamente plástico que en este soneto que capta el momento de la metamorfosis con extraordinario poder de representación visual, en una perfecta descripción parnasiana, acaso inspirada en alguna pintura. Los dos cuartetos del soneto describen gráficamente la sensación de vida palpitante en el proceso de transformación de la hermosa muchacha, mediante un acertado uso de epítetos que contrastan el juvenil cuerpo de la ninfa y el árbol en que se va transformando ("áspera corteza-tierno miembros", blandos pies-torcidas raíces"). Los tercetos expresan el dolor de Apolo, pues, paradójicamente, cuanto más llora tanto más riega y hace crecer el laurel, que es precisamente el motivo de sus lágrimas. Mediante esta escena mitológica -recurso muy frecuente del arte renacentista-, Garcilaso quiere expresar el propio sentimiento amoroso; en concreto, cómo, en un círculo vicioso, el recuerdo del amor perdido aumenta su dolor.
A Dafne ya los brazos le crecían,
y en luengos ramos vueltos se mostraba;
en verdes hojas vi que se tornaban
los cabellos que el oro escurecían.
De áspera corteza se cubrían
los tiernos miembros, que aún bullendo estaban:
los blancos pies en tierra se hincaban,
y en torcidas raíces se volvían.
Aquel que fue la causa de tal daño,
a fuerza de llorar, crecer hacía
este árbol que con lágrimas regaba.
¡Oh miserable estado! ¡oh mal tamaño!
¡Que con llorarla crezca cada día
la causa y la razón porque lloraba!
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