sábado, 31 de marzo de 2012

La saeta al cantar.




¿Quién me presta una escalera,
para subir al madero,
para quitarle los clavos
a Jesús el Nazareno?
(Saeta popular)
 
¡Oh, la saeta, el cantar
al Cristo de los gitanos,
siempre con sangre en las manos,
siempre por desenclavar!
¡Cantar del pueblo andaluz,
que todas las primaveras
anda pidiendo escaleras
para subir a la cruz!
¡Cantar de la tierra mía,
que echa flores
al Jesús de la agonía,
y es la fe de mis mayores!
¡Oh, no eres tú mi cantar!
¡No puedo cantar, ni quiero
a ese Jesús del madero,
sino al que anduvo en el mar!
(1914)

viernes, 30 de marzo de 2012

Soneto XXIII

En tanto que de rosa y azucena
se muestra la color en vuestro gesto
y que vuestro mirar ardiente, honesto,
enciende al corazón y lo refrena;
y en tanto que el cabello, que en la vena
del oro se escogió, con vuelo presto
por el hermoso cuello blanco, enhiesto,
el viento mueve ,esparce y desordena;
coged de vuestra alegre primavera
el dulce fruto, ante que el tiempo aireado
cubra de nieve la hermosa cumbre.
marchitará la rosa el viento helado,
todo lo mudara la edad ligera,
por no hacer mudanza en su costumbre

Garcilaso de la Vega

  El tema de este soneto, el carpe diem, expresión tomada de una oda del poeta latino Quinto Horacio Flaco, es una incitación a gozar de la vida y la juventud ante la certidumbre de que pronto llegarán la vejez y la muete. Este tema horaciano tuvo una importante recreación el el poema De rosis nascentibus del poeta latino-galo cristiano Dédimo Magno Ausonio. Desde entonces, el carpe diem, tópico que habría de ser muy querido de toda la poesía renacentista y barroca, europea, quedó ligado al tema de la "la brevedad de la rosa"; pues, si Horacio exhortaba a aprovechar el presente y, sobre todo, el tiempo feliz de la juventud, éste encontró su mejor metáfora en la efímera belleza de la rosa, de tan breve vida. Y, antes que en la española, los clásicos grecolatinos tuvieron eco en la literatura italiana, cuya influencia fue tan decisiva en Garcilaso.
  En cada uno de los cuartetos se expresa una proposición, la conclusión en el primer terceto y la generalización justificadora en el último. Estilísticamente, destaca la riquza de adjetivos e imágenes ("ardiente, honesto, blanco, alegre, dulce, etc.") y "vena de oro, primavera, nieve, cumbre", etc. En el ritmo pausado del poema no hay urgencia ni ansiedad, sino que parece ser una tranquila invitación a disfrutar de la juventud y de la belleza mientras duren. La angustia ante la muerte (como en el poema de Góngora sobre el mismo tema) está ausente de aquí. La serenidad y la invitación a vivir en un gozo equilibrado y moderado corresponde a una época, como el Renacimiento, más mesurada y menos angustiada de lo que habría de ser el Barroco.
  Tras la lectura de este soneto, que es "en conjunto una graciosa pintura, delicadamente convencional, maravillosamente luminosa", y olvidada la seria, aunque serena y natural reflexión del último terceto, se corresponde con aquella "primavera" de la cultura europea que fue el Renacimiento. La imagen de la bella muchacha a la que se alude cumple el canon renacentista de la belleza (piel blanca, rostro sonrosado, cabello rubio, cuello esbelto; y, en torno a él revolando, el cabello suelto); y, así, la imagen de la muchacha guarda clara semejanza con la figura de la diosa del amor, nacida de la espuma del mar, a la que el viento agita la dorada cabellera en torno al albo cuello, tal y como la representó el pintor italiano Sandro Botticelli en su cuadro El nacimiento de Venus (entre 1478 y 1486)

viernes, 23 de marzo de 2012

Poeta cubano nacido en Cienfuegos en 1910 y fallecido en el exilio, en Santo Domingo en 1982.
Publicó su primer libro de poesías a los 22 años de edad y continuó con una producción constante que se difundió
ampliamente por todos los países de habla hispana. Entre sus libros más conocidos, se cuentan «La Fuga de las Horas»,
«Oasis», y «Poeta Enamorado». 

Aquí dejo uno de sus poemas titulado "Poema de la despedida".


Te digo adiós, y acaso te quiero todavía.
Quizás no he de olvidarte, pero te digo adiós.
No sé si me quisiste... No sé si te quería...
O tal vez nos quisimos demasiado los dos.
Este cariño triste, y apasionado, y loco,
me lo sembré en el alma para quererte a ti.
No sé si te amé mucho... No sé si te amé poco;
pero sí sé que nunca volveré a amar así.
Me queda tu sonrisa dormida en mi recuerdo,
y el corazón me dice que no te olvidaré;
pero, al quedarme solo, sabiendo que te pierdo,
tal vez empiezo a amarte como jamás te ame.
Te digo adiós, y acaso, con esta despedida,
mi más hermoso sueño muere dentro de mi...
Pero te digo, adiós para toda la vida,
aunque toda la vida siga pensando en ti.
Jose Ángel Buesa.

miércoles, 21 de marzo de 2012

Canción del pirata

Publicada en 1835, "La canción del pirata" es un poema de extrema perfección formal que alcanzó amplísima popularidad, pues, como afirma Robert Marrast, es obra fundamental en la revolución poética de Espronceda y, además en la poesía romántica española. Los estudiosos han subrayado sus cualidades formales: lenguaje conciso con gran poder de síntesis, imágenes adecuadas, perfecta descripción de la estampa del pirata y su entorno, ritmo intensamente marcado y varidad de versos y estrofas (polimetría y poliestrofismo), según las diversas situaciones en el desarrollo del poema, lo que demuestra un total dominio de la versificación. Sin embargo, es impoprtante destacar la sencillez léxica, la ausencia de frases tópicas y la estructura sencilla y armoniosa, lo que ha contribuidao, seguramente, a la perdurable popularidad de estos versos. Es la primera vez que aparece en la poesía española del siglo XIX un personaje, de inequívoca estirpe romántica, que afirme y reivindique con orgullo su indepedencia y desprecio frente a la sociedad, su amor a la libertad, y, en una palabra, su rebelión contra un mundo cuya ley, ética e intereses le parecen irrisorios por absurdos.
     Escrito en primera persona, el lector se siente desde el principio atraído por la arrogancia y el poderío del pirata, por la orgullosa independencia del hombre libre, por la exaltación de la libertad y el riesgo y, en fin, por la actitud romántica del rebelde que transgrede el orden social y sus convenciones. Como dijo Joaquín Casalduero basándose en el estribillo de la canción, para el hombre romántico la libertad es el dior, la fuerza y el viento son ley, y el mar es la patria; por ello, para Espronceda, la figura del réprobo es símbolo de vida espiritual y moral y trasunto de su sensibilidad y sentimienbto. Desde luego, es significativo que, para encarnar el mundo, los románticos tuvieran que acudir a seres marginales y, aún más, automarginados, como se autodefine el personaje esproncediano; porque ni el rey, ni el sacerdote, ni el sabio, ni el héroe les servían para personificar su exaltación del yo y sus anhelos de liberdad y de justicia.


Con diez cañones por banda,
viento en popa a toda vela,
no corta el mar, sino vuela,
un velero bergantín;
bajel pirata que llaman
por su bravura el Temido
en todo el mar conocido
del uno al otro confín.

La luna en el mar riela,
en la lona gime el viento
y alza en blando movimiento
olas de plata y azul;
y ve el capitán pirata,
cantando alegre en la popa,
Asia a un lado, al otro Europa,
Y allá a su frente Estambul:

-Navega, velero mío,
  sin temor
que ni enemigo navío,
ni tormenta, ni bonanza
tu rumbo a torcer alcanza,
ni a sujetar tu valor.

Veinte presas
hemos hecho
a despecho
del inglés
y han rendido
sus pendones
cien naciones
a mis pies.

Que es mi barco mi tesoro,
que es mi Dios la libertad;
mi ley, la fuerza y el viento;
mi única patria, la mar.

Allá muevan feroz guerra
ciegos reyes
por un palmo más de tierra,
que yo tengo aquí por mío
cuanto abarca el mar bravío
a quien nadie impuso leyes.

Y no hay playa
sea cualquiera,
ni bandera
de esplendor,
que no sienta
mi derecho
y dé pecho
a mi valor

Que es mi barco mi tesoro,
que es mi Dios la libertad;
mi ley, la fuerza y el viento;
mi única patria, la mar.

A la voz de ¡barco viene!,
es de ver
cómo vira y se previene
a todo trapo a escapar:
que yo soy el rey del mar
y mi furia es de temer.

En las presas
yo divido
lo cogido
por igual:
sólo quiero
por riqueza
la belleza
sin rival.

Que es mi barco mi tesoro,
que es mi Dios la libertad;
mi ley, la fuerza y el viento;
mi única patria, la mar.
¡Sentenciado estoy a muerte!
Yo me río:
no me abandone la suerte,
y al mismo que me condena
colgaré de alguna antena
quizá en su propio navío.

Y si caigo,
¿qué es la vida?
Por perdida
ya la di
cuando el yugo
del esclavo
como un bravo sacudí.

Que es mi barco mi tesoro,
que es mi Dios la libertad;
mi ley, la fuerza y el viento;
mi única patria, la mar.

Son mi música mejor
aquilones,
el estrépito y temblor
de los cables sacudidos
del negro mar los bramidos
y el rugir de mis cañones.

Y del trueno
al son violento,
y del viento,
al rebramar,
yo me duermo
sosegado,
arrullado
por el mar.

Que es mi barco mi tesoro,
que es mi Dios la libertad;
mi ley, la fuerza y el viento;
mi única patria, la mar.

domingo, 18 de marzo de 2012

Fernández de Moratín

Nació en Madrid el 10 de marzo de 1760, siendo sus padres Nicolás Fernández de Moratín e Isidora Cabo Conde, que por entonces vivían cerca de la calle de las Huertas, en el barrio después llamado de los poetas o de las letras. Como si su destino se marcara desde los inicios, le bautizaron en la iglesia de San Sebastián, sede de la Cofradía de los actores. Su padre, poco amigo de la enseñanza universitaria, no quiso que estudiara y le hizo aprender saberes más útiles y prácticos, participando seguramente del mismo planteamiento de Campomanes de valoración del trabajo manual. Tanto el padre como el hijo trabajaron, con sus manos,m en el taller de Joyería del rey.
Se ha señalado que el ambiente en que se crió propiciaba su dedicación a las letras, lo cual parece lógico, si se tiene en cuenta que a su alrededor estaban los amigos literatos de su padre, que pertenecía a la Sociedad Económica Matritense y frecuentaba la tertulia de la Fonda de San Sebastián. Como consecuencia de su gran interés por la poesía, a los  19 años, en 1779, recibió el accésit de la Real Academia Española por su poema "La toma de Granada" y a los años siguientes consiguió el mismo premio en el concurso de la Academia con su "Sátira contra los vicios introducidos en la poesía castellana", más conocida como Lección poética. Pero ese mismo año murio su padre y su vida cambió de forma drástica, a lo que contribuyó también la mala situación económica de la familia.
Como si la tragedia personal fuese unida a la experiencia literaria, en 1785 moría su madre.
Después de innumerables obras, es nombrado miembreo de la Academia Nacional y muere en París el 21 de junio de 1828.

La comedia nueva o El café es una comedia satírica en dos actos de Leandro Fernández de Moratín estrenada el 7 de febrero de 1792 en el Teatro del Príncipe de Madrid. Tiene por asunto la crítica del drama heroico de su tiempo y está escrita en prosa, algo excepcional en esta época, y que solo tenía como precedente ilustre El delincuente honrado (1774), comedia lacrimógena de Jovellanos.
Moratín tenía escrita La comedia nueva a fines de 1791 como una breve pieza metateatral cuyo objeto era la crítica del efectista drama histórico contemporáneo. A la vez, la obra promovía la dramaturgia defendida por los ilustrados, que abogaba por el respeto a las tres unidades dramáticas (de acción, espacio y tiempo) y la primacía de los caracteres de los personajes sobre el enredo complicado y los efectos de tramoya en que se basaba el teatro más popular en el siglo XVIII, cultivado por autores como Luciano Comella, quien se sintió aludido como blanco de esta sátira e intentó censurarla.
En la obra de Moratín, el interés dramático se centra en el desarrollo de la caracterización psicológica de los personajes. Así, don Hermógenes, quizá el personaje central, es el motor del conflicto dramático, pues es quien con su perniciosa adulación ha convencido al joven don Eleuterio para iniciar su carrera dramática, esperando con los beneficios obtenidos que Eleuterio le pague sus numerosas deudas. El nuevo dramaturgo ha compuesto la obra El gran cerco de Viena, que se presenta como la parodia del prolífico género del drama histórico-heroico que se representaba en la época, basado en un desmesurado aparato escenográfico, que hacía aparecer sobre las tablas gran cantidad de personajes (habitualmente reyes y príncipes de lejanos países europeos y estrambóticos nombres), cuadros bélicos, ejércitos, caballería y gran cantidad de trucos escénicos y de tramoya, lo que hacía primar el espectáculo visual sobre el textual. De ese modo, y asentado en un rebuscado enredo repleto de anagnórisis, cambios de escenario (y consecuentemente de países y tiempos en la acción dramática) y peripecias sorprendentes, los actores se lucían en la declamación de papeles de tono altisonante.
Con esta obra Moratín pretendió acabar con aquel tipo de espectáculo escénico, y para ello redujo la intriga a una sencilla trama basada en un único motivo, situada en un espacio único (en este caso un café) y sincronizó la duración de la representación con la del tiempo de la acción dramática. En esta comedia importa sobre todo la adecuación y precisión de los diálogos y la naturalidad de estos, revelando, con ellos, el carácter de los personajes que los dicen. Además, redujo el elenco a los agonistas esenciales para el desarrollo de la acción, y utilizó la prosa, algo poco habitual entonces, para hacerles hablar de modo llano y con los registros de la lengua ajustados al habla de los personajes. Leandro Fernández de Moratín, además, fue uno de los primeros autores que supervisaron la dirección escenográfica para que se ajustara a su concepción ilustrada, y consta que así lo pidió y llevó a cabo con motivo de una de las representaciones de La comedia nueva.

Aquí dejo un fragmento de La comedia nueva o el café.

Acto I


Escena I

 
DON ANTONIO, PIPÍ.
 

 
(DON ANTONIO sentado junto a una mesa; PIPÍ paseándose.)
 
DON ANTONIO.-  Parece que se hunde el techo. Pipí.
PIPÍ.-  Señor...
DON ANTONIO.-  ¿Qué gente hay arriba, que anda tal estrépito? ¿Son locos?
PIPÍ.-  No, señor; poetas.
DON ANTONIO.-  ¿Cómo poetas?
PIPÍ.-  Sí, señor; ¡así lo fuera yo! ¡No es cosa! Y han tenido una gran comida: Burdeos, pajarete, marrasquino, ¡uh!
DON ANTONIO.-  ¿Y con qué motivo se hace esa francachela?
PIPÍ.-  Yo no sé; pero supongo que será en celebridad de la comedia nueva que se representa esta tarde, escrita por uno de ellos.
DON ANTONIO.-  ¿Conque han hecho una comedia? ¡Haya picarillos!
PIPÍ.-  ¿Pues qué, no lo sabía usted?
DON ANTONIO.-  No, por cierto.
PIPÍ.-  Pues ahí está el anuncio en el diario.
DON ANTONIO.-  En efecto, aquí está  (Leyendo el diario, que está sobre la mesa.) : COMEDIA NUEVA INTITULADA EL GRAN CERCO DE VIENA. ¡No es cosa! Del sitio de una ciudad hacen una comedia. Si son el diantre. ¡Ay, amigo Pipí, cuánto más vale ser mozo de café que poeta ridículo!
PIPÍ.-  Pues mire usted, la verdad, yo me alegrara de saber hacer, así, alguna cosa...
DON ANTONIO.-  ¿Cómo?
PIPÍ.-  Así, de versos... ¡Me gustan tanto los versos!
DON ANTONIO.-  ¡Oh!, los buenos versos son muy estimables; pero hoy día son tan pocos los que saben hacerlos; tan pocos, tan pocos.
PIPÍ.-  No, pues los de arriba bien se conoce que son del arte. ¡Válgame Dios, cuántos han echado por aquella boca! Hasta las mujeres.
DON ANTONIO.-  ¡Oiga! ¿También las señoras decían coplillas?
PIPÍ.-  ¡Vaya! Allí hay una doña Agustina, que es mujer del autor de la comedia... ¡Qué! Si usted viera... Unas décimas componía de repente... No es así la otra, que en toda la mesa no ha hecho más que retozar con aquel don Hermógenes, y tirarle miguitas de pan al peluquín.
DON ANTONIO.-  ¿Don Hermógenes está arriba? ¡Gran pedantón!
PIPÍ.-  Pues con ése se ha estado jugando; y cuando la decían: «Mariquita, una copla, vaya una copla», se hacía la vergonzosa; y por más que la estuvieron azuzando a ver si rompía, nada. Empezó una décima, y no la pudo acabar, porque decía que no encontraba el consonante; pero doña Agustina, su cuñada... ¡Oh!, aquélla sí. Mire usted lo que es... Ya se ve, en teniendo vena.
DON ANTONIO.-  Seguramente. ¿Y quién es ése que cantaba poco ha y daba aquellos gritos tan descompasados?
PIPÍ.-  ¡Oh! Ese es don Serapio.
DON ANTONIO.-  Pero ¿qué es? ¿Qué ocupación tiene?
PIPÍ.-  Él es... Mire usted. A él le llaman don Serapio.
DON ANTONIO.-  ¡Ah, sí! Ése es aquel bullebulle que hace gestos a las cómicas, y las tira dulces a la silla cuando pasan, y va todos los días a saber quién dio cuchillada; y desde que se levanta hasta que se acuesta no cesa de hablar de la temporada de verano, la chupa del sobresaliente y las partes de por medio.
PIPÍ.-  Ese mismo. ¡Oh! Ése es de los apasionados finos. Aquí se viene por las mañanas a desayunar; y arma unas disputas con los peluqueros, que es un gusto oírle. Luego se va allá abajo, al barrio de Jesús; se juntan cuatro amigos, hablan de comedias, altercan, ríen, fuman en los portales. Don Serapio los introduce aquí y acullá hasta que da la una, se despiden, y él se va a comer con el apuntador.
DON ANTONIO.-  ¿Y ese don Serapio es amigo del autor de la comedia?
PIPÍ.-  ¡Toma! Son uña y carne. Y él ha compuesto el casamiento de doña Mariquita, la hermana del poeta, con don Hermógenes.
DON ANTONIO.-  ¿Qué me dices? ¿Don Hermógenes se casa?
PIPÍ.-  ¡Vaya si se casa! Como que parece que la boda no se ha hecho ya porque el novio no tiene un cuarto ni el poeta tampoco; pero le ha dicho que con el dinero que le den por esta comedia, y lo que ganará en la impresión, les pondrá casa y pagará las deudas de don Hermógenes, que parece que son bastantes.
DON ANTONIO.-  Sí serán. ¡Cáspita si serán! Pero, y si la comedia apesta, y por consecuencia ni se la pagan ni se vende, ¿qué harán entonces?
PIPÍ.-  Entonces, ¿qué sé yo? Pero ¡qué! No, señor. Si dice don Serapio que comedia mejor no se ha visto en tablas.
DON ANTONIO.-  ¡Ah! Pues si don Serapio lo dice, no hay que temer. Es dinero contante, sin remedio. Figúrate tú si don Serapio y el apuntador sabrán muy bien dónde les aprieta el zapato, y cuál comedia es buena y cuál deja de serlo.
PIPÍ.-  Eso digo yo; pero a veces... Mire usted, no hay paciencia. Ayer, ¡qué!, les hubiera dado con una tranca. Vinieron ahí tres o cuatro a beber ponche, y empezaron a hablar, hablar de comedias. ¡Vaya! Yo no me puedo acordar de lo que decían. Para ellos no había nada bueno: ni autores, ni cómicos, ni vestidos, ni música, ni teatro. ¿Qué sé yo cuánto dijeron aquellos malditos? Y dale con el arte; el arte, la moral y... Deje usted, las... ¿Si me acordaré? Las... ¡Válgate Dios! ¿Cómo decían? Las... las reglas... ¿Qué son las reglas?
DON ANTONIO.-  Hombre, difícil es explicártelo. Reglas son unas cosas que usan allá los extranjeros, principalmente los franceses.
PIPÍ.-  Pues, ya decía yo: esto no es cosa de mi tierra.
DON ANTONIO.-  Sí tal, aquí también se gastan, y algunos han escrito comedias con reglas; bien que no llegarán a media docena (por mucho que se estire la cuenta) las que se han compuesto.
PIPÍ.-  Pues, ya se ve; mire usted, ¡reglas! No faltaba más. ¿A que no tiene reglas la comedia de hoy?
DON ANTONIO.-  ¡Oh! Eso yo te lo fío; bien puedes apostar ciento contra uno a que no las tiene.
PIPÍ.-  Y las demás que van saliendo cada día tampoco las tendrán, ¿no es verdad, usted?
DON ANTONIO.-  Tampoco.¿Para qué? No faltaba otra cosa, sino que para hacer una comedia se gastaran reglas. No, señor.
PIPÍ.-  Bien; me alegro. Dios quiera que pegue la de hoy, y luego verá usted cuántas escribe el bueno de don Eleuterio. Porque, lo que él dice: si yo me pudiera ajustar con los cómicos a jornal, entonces... ¡ya se ve! Mire usted si con un buen situado podía él...
DON ANTONIO.-  Cierto.  (Aparte.)  ¡Qué simplicidad!
PIPÍ.-  Entonces escribiría. ¡Qué! Todos los meses sacaría dos o tres comedias. Como es tan hábil...
DON ANTONIO.-  ¿Conque es muy hábil, eh?
PIPÍ.-  ¡Toma! Poquito le quiere el segundo barba; y si en él consistiera, ya se hubiesen echado las cuatro o cinco comedias que tiene escritas; pero no han querido los otros, y ya se ve, como ellos lo pagan. En diciendo: no nos ha gustado o así, andar, ¡qué diantres! Y luego, como ellos saben lo que es bueno; y en fin, mire usted si ellos... ¿No es verdad?
DON ANTONIO.-  Pues ya.
PIPÍ.-  Pero deje usted, que aunque es la primera que le representan, me parece a mí que ha de dar el golpe.
DON ANTONIO.-  ¿Conque es la primera?
PIPÍ.-  La primera. Si es mozo todavía. Yo me acuerdo... Habrá cuatro o cinco años que estaba de escribiente ahí, en esa lotería de la esquina, y le iba muy ricamente; pero como después se hizo paje, y el amo se le murió a lo mejor, y él se había casado de secreto con la doncella, y tenía ya dos criaturas, y después le han nacido otras dos o tres, viéndose él así, sin oficio ni beneficio, ni pariente, ni habiente, ha cogido y se ha hecho poeta.
DON ANTONIO.-  Y ha hecho muy bien.
PIPÍ.-  Pues, ya se ve; lo que él dice: si me sopla la musa, puedo ganar un pedazo de pan para mantener aquellos angelitos, y así ir trampeando hasta que Dios quiera abrir camino.
 

sábado, 17 de marzo de 2012

 
        Benito Pérez Galdós nació en Las Palmas de Gran Canaria en 1843, hijo de Sebastián Pérez, teniente coronel del Ejército y de Dolores Galdós. Desde niño fue aficionado a la música, al dibujo y a la literatura. Es en opinión general, el mayor novelista español después de Cervantes.

 
        A los diecinueve años se traslada a Madrid. Allí conocería a don Francisco Giner de los Ríos, fundador de la Institución Libre de Enseñanza, quien le alentó a escribir y le orientó hacia el krausismo. Durante los primeros años de su estancia en la corte frecuentó redacciones y teatros. Escribió en La Nación y en El Debate.
        La fontana de oro (1870) la sombra (1871)y El audaz (1871) fueron los títulos de sus primeras novelas, que revelan todavía una influencia del Romanticismo. Publicó artículos políticos en la Revista de España y algo de ellos, así como el ataque al régimen anterior a la Revolución de 1868 y el inmovilismo de la tradición, se plasma en sus obras de tesis de la misma época: Doña Perfecta (1876) , Gloria (1877), La familia de León Roch (1878) y Marianela (1878).
        Abre el camino al Naturalismo con La desheredada (1881), la primera de sus novelas contemporáneas a la que le seguirán El doctor centeno (1883), Tormento (1884) y La de Bringas (1884). El amigo manso (1882) es una de las creaciones más originales de Galdós. Lo prohibido (1884-85) es la novela galdosiana más impregnada de Naturalismo. Fortunata y Jacinta de 1886-7 es un vasto mural donde la historia, la sociedad y el perfil urbano de Madrid sirven de fondo a un argumento que presenta a dos jóvenes enamoradas del mismo hombre.
        De su vida íntima sabemos que tuvo una hija ilegítima y amoríos con Emilia Pardo Bazán (en Epistolario: Cartas con Emilia Pardo Bazán ). Nunca se casó pero plasmó su tipo ideal de compañera en una mujer ya mayor: Teodosia Gandarias (en Epistolario: Cartas a Teo; Cartas a Teodosia Gandarias ), en el drama Pedro Minio (1908). Constantemente predicó un tipo de amor más libre, que veríamos en Realidad y Tristana, aunque se opuso a las costumbres demasiado licenciosas.
        En 1873 aparecieron las dos primeras series de los Episodios Nacionales. Leyó a Balzac (en Retrato familiar y social: Galdós y sus contemporáneos europeos ), a los novelistas rusos y a Dickens de quien tradujo Pickwick papers. Aprovechó las rápidas apreciaciones e indicaciones sobre sus países. Acusó a los escritores contemporáneos de incapaces de describir la vida de su tiempo. Sólo excluyó de sus ataques a Fernán Caballero y a José María Pereda. Urgió a los otros escritores a tomar las grandes conclusiones de los problemas sexuales y espirituales de la clase media urbana de su época como principal fuente de inspiración. Sus últimos escritos teóricos añaden poco a estas ideas. Merecen citarse el prólogo a El sabor de la tierruca de Pereda, un memorial dirigido a la Real Academia Española y el prólogo a la tercera edición de La Regenta, de Clarín.
        Al final de la década de los 80 y a comienzos de la siguiente publica Miau (1888), La incógnita (1889), Torquemada en la hoguera (1889), Realidad también en 1889 y Ángel Guerra de 1891, en donde experimenta una nueva manera de novelar. Los problemas éticos aparecen en Tristana (1892), Nazarín (1895), Halma (1895) y Misericordia (1897). Frecuentemente (como en Nazarín o Misericordia), sus novelas parecen recordar a Dostoievski. Su penetración psicológica ha sido igualada pocas veces. Entre sus características más definidas se cuentan un estilo personal vigoroso y muy marcado; un gran conocimiento de la locura y la esquizofrenia (no hay que olvidar su interés por Don Quijote) raramente preciso; un efectivo y sistemático manejo del simbolismo (evocador de su propia desilusión por la debilidad de España) y una conmovedora lástima por la gente que pretende elevarse de la bondad a la santidad.

  Las obras dramáticas de Galdós (en La obra: El teatro de Galdós, representaciones en blanco y negro ) fueron frecuentemente críticas por tener un carácter esencialmente novelesco. Ciertamente, adaptó para el teatro sus propias novelas Realidad en 1892, La loca de la casa en 1893, Doña Perfecta en 1896, El abuelo en 1904 y otras, que fueron acogidas con éxito por el público y por la crítica. Electra, por motivos políticos o, en todo caso, extraliterarios, constituyó un acontecimiento nacional. El autor nunca había sido tan serio, tan cuidadoso y preocupado como en estos dramas. Hemos de indicar que estas cualidades se hallaban en el teatro español de aquel tiempo. Su influencia para la escena posterior fue benigna. En sus últimos años la oposición creciente se vio patente en la candidatura rechazada y poco después aceptada de la Real Academia. Le dolió que la generación del 98 no le considerara su mentor. La concesión del premio Nobel de literatura a Echegaray (autor muy inferior y de escasa valía) lo consideró un mazazo a la mejor literatura española de su tiempo. En 1912 quedó ciego (en Los últimos años: La ceguera ), aunque no por ello sufrió menos la insolvencia en sus últimos años. Por entonces escribió una tercera, cuarta y, finalmente, quinta serie de Episodios nacionales entre 1898 y 1912; de la última serie únicamente aparecieron seis volúmenes, quedando así incompleta.
        En cuanto a su vida política fue elegido diputado a Cortes por Guayama en 1886. En 1907 encabezó la lista a la candidatura de la Conjunción Republicano-Socialista por Madrid.
        La labor de Benito Pérez Galdós fue la de transformar el panorama novelesco español de aquella época. Dejó al lado el romanticismo y avivó el realismo español, dotando tanto de una gran expresividad a la narrativa como de nuevas formas aptas para el entendimiento del mundo y de la obra.

Los Episodios nacionales

En 1873 comenzó a publicar los Episodios nacionales (el título se lo sugirió su amigo José Luis Albareda), un intento de entender la memoria histórica reciente de los españoles, y donde se refleja la vida íntima de estos en el siglo XIX, así como su contacto con los hechos de la historia nacional que marcaron el destino colectivo del país. Se trata de 46 episodios en cinco series de diez novelas cada una, salvo la última, que quedó inconclusa. Arrancan con la batalla de Trafalgar y concluyen con la Restauración borbónica en España.
La primera serie (1873–1875) trata de la Guerra de la Independencia (1808–1814) y tiene por protagonista a Gabriel Araceli, «que se dio a conocer como pillete de playa y terminó su existencia histórica como caballeroso y valiente oficial del ejército español» (Memorias de un desmemoriado, p. 202).
La segunda serie (1875–1879) trata de las luchas entre absolutistas y liberales hasta la muerte de Fernando VII en 1833. Su protagonista es el liberal Salvador Monsalud, que encarna, en gran parte, las ideas de Galdós y en quien «prevalece sobre lo heroico lo político, signo característico de aquellos turbados tiempos» (id.).
Tras un paréntesis de veinte años vuelve a escribir la tercera serie (1898–1900), tras recuperar los derechos sobre sus obras que detentaba su editor, con el que había pleiteado interminablemente. Esta serie cubre la Primera Guerra Carlista.
La cuarta serie (1902–1907) se desarrolla entre la Revolución de 1848 y la caída de Isabel II en 1868. La quinta (1907–1912), incompleta, acaba con la Restauración de Alfonso XII.
Este conjunto novelístico constituye una de las obras más importantes de la literatura española de todos los tiempos y ejerció un influjo considerable en la trayectoria de la novela histórica española. El punto de vista adoptado es vario y multiforme, y se inicia con la perspectiva de un joven chico que se ve envuelto en los hechos más importantes de su época mientras lucha por su amada. La evolución ideológica de Galdós es perceptible desde el aliento épico de la primera serie hasta el amargo escepticismo final, pasando por la radicalización política y agresividad socialista-anarquista de las series tercera y cuarta.


     Aquí dejo un fragmento de Cádix, Episodios nacionales, ya que se acerca el bicentenario de la Constitución de la Pepa de 1812, espero que os gusten.



 En una mañana del mes de Febrero de 1810 tuve que salir de la Isla, donde estaba de guarnición, para ir a Cádiz, obedeciendo a un aviso tan discreto como breve que cierta dama tuvo la bondad de enviarme. El día era hermoso, claro y alegre cual de Andalucía, y recorrí con otros compañeros, que hacia el mismo punto si no con igual objeto caminaban, el largo istmo que sirve para que el continente no tenga la desdicha de estar separado de Cádiz; examinamos al paso las obras admirables de Torregorda, la Cortadura y Puntales, charlamos con los frailes y personas graves que trabajaban en las fortificaciones; disputamos sobre si se percibían claramente o no las posiciones de los franceses al otro lado de la baa; echamos unas cañas en el figón de Poenco, junto a la Puerta de Tierra, y finalmente, nos separamos en la plaza de San Juan de Dios, para marcharcada cual a su destino. Repito que era en Febrero, y aunque no puedo precisar el día, sí afirmo que corrían los principios de dicho mes, pues aún estaba calentita la famosa respuesta: «La ciudad de Cádiz, fiel a los principios que ha jurado, no reconoce otro rey que al señor D. Femando VII. 6 de Febrero de 1810».
Cuando llegué a la calle de la Verónica, y a la casa de doña Flora, esta me dijo:
-¡Cuán impaciente está la señora condesa, caballerito, y cómo se conoce que se ha distraído usted mirando a las majas que van a alborotar a casa del señor Poenco en Puerta de Tierra!
-Señora -le respondí- juro a usted que fuera de Pepa Hígados, la Churriana, y Maa de las Nieves, la de Sevilla, no haa moza alguna en casa de Poenco. También pongo a Dios por testigo de que no nos detuvimos más que una hora y esto porque no nos llamaran descorteses y malos caballeros.
-Me gusta la frescura con que lo dice -excla con enfado doña Flora-. Caballerito, la condesa y yo estamos muy incomodadas con usted, sí señor. Desde el mes pasado en que mi amiga acertó a recoger en el Puerto esta oveja descarriada, no ha venido usted a visitarnos más que dos o tres veces, prefiriendo en sus horas de vagar y esparcimiento la compañía de soldados y mozas alegres, al trato de personas graves y delicadas que tan necesario es a un jovenzuelo sin experiencia. ¡Qué sería de ti -añadió reblandecida de improviso y en tono de confianza-, tierna criatura lanzada en tantemprana edad a los torbellinos del mundo, si nosotras, compadecidas de tu orfandad, no te agasajáramos y cuidáramos, fortaleciéndote a la vez el cuerpecito con sanos y gustosos platos, el alma con sabios consejos! Desgraciado niño... Vaya se acabaron los regaños, picarillo. Estás perdonado; desde hoy se acabó el mirar a esas desvergonzadas muchachuelas que van a casa de Poenco y comprenderás todo lo que vale un trato honesto y circunspecto con personas de peso y suposición. Vamos, dime lo que quieres almorzar. ¿Te quedarás aquí hasta mañana? ¿Tienes alguna herida, contusión o rasguño, para curártelo en seguida? Si quieres dormir, ya sabes que junto a mi cuarto hay una alcobita muy linda.
Diciendo esto, doña Flora desarrollaba ante mis ojos en toda su magnificencia y extensión el panorama de gestos, guiños, saladas muecas, graciosos mohínes, arqueos de ceja, repulgos de labios y demás signos del lenguaje mudo que en su arrebolado y con cien menjurjes albardado rostro servía para dar mayor fuerza a la palabra. Luego que le di mis excusas, dichas mitad en serio mitad en broma, comenzó a dictar órdenes severas para la obra de mi almuerzo, atronando la casa, y a este punto salió conteniendo la risa la señora condesa que haa oído la anterior retahíla.
-Tiene razón -me dijo después que nos saludamos-; el Sr. D. Gabriel es un chiquilicuatro sin fundamento, y mi amiga haa muy bien en ponerle una calza al pie. ¿Qué es eso de mirar a las chicas bonitas? ¿Hase vistomayor desvergüenza? Un barbilindo que debiera estar en la escuela o cosido a las faldas de alguna persona sentada y de libras que fuera un almacén de buenos consejos... ¿cómo se entiende? Doña Flora, siéntele usted la mano, dirija su corazón por el camino de los sentimientos circunspectos y solemnes, e infúndale el respeto que todo caballero debe tener a los venerandos monumentos de la antigüedad.
Mientras esto decía, doña Flora haa traído luengas piezas de damasco amarillo y rojo y ayudada de su doncella empezó a cortar unas como dalmáticas o jubones a la antigua, que luego ribeteaban con galón de plata. Como era tan presumida y extravagante en su vestir, creí que doña Flora preparaba para su propio cuerpo aquellas vestimentas; pero luego conocí, viendo su gran número, que eran prendas de comparsa de teatro, cabalgata o cosa de este jaez.
-¡Qué holgazana está usted, señora condesa! -dijo doña Flora-, y ¿cómo teniendo tan buena mano para la aguja no me ayuda a hilvanar estos uniformes para la Cruzada del Obispado de Cádiz, que va a ser el terror de la Francia y del Rey José?
-Yo no trabajo en mojigangas, amiguita -repuso mi antigua ama- y de picarme las manos con la aguja, prefiero ocuparme, como me ocupo, en la ropa de esos pobrecitos soldados que han venido con Alburquerque de Extremadura, tan destrozados y astrosos que da lástima verlos. Estos y otros como estos, amiga doña Flora, echarán a los franceses, si es queles echan, que no los monigotes de la Cruzada, con su D. Pedro del Congosto a la cabeza, el más loco entre todos los locos de esta tierra, con perdón sea dicho de la que es su tiernísima Filis.
-Niñita a, no diga usted tales cosas delante de este joven sin experiencia -indicó con mal disimulada satisfacción doña Flora-; pues podría creer que el ilustre jefe de la Cruzada, para quien doy estos puntos y comas, ha tenido conmigo más relaciones que la de una afición purísima y jamás manchadas con nada de aquello que D. Quijote llamaba incitativo melindre. Conociome el Sr. D. Pedro en Vejer en casa de mi primo D. Alonso y desde entonces se prendó de mí de tal modo, que no ha vuelto a encontrar en toda la Andalucía mujer que le interesara. Ha sido desde entonces acá su devoción para mí cada vez más fina, espiritada y sublime, en tales términos que jamás me lo ha manifestado sino en palabras respetuosísimas, temiendo ofenderme; y en los años que nos conocemos ni una sola vez me ha tocado las puntas de los dedos. Mucho ha picoteado por ahí la gente suponiéndonos inclinados a contraer matrimonio; pero sobre que yo he aborrecido siempre todo lo que sea obra de varón, el señor D. Pedro se pone encendido como la grana cuando tal le dicen, porque ve en esas habladurías una ofensa directa a su pudor y al mío.
-No es tampoco D. Pedro -dijo Amaranta riendo- con sus sesenta años a la espalda, hombre a propósito para una mujer fresca y lozana como usted, amiga a. Y ya que de estose trata, aunque le parezcan irrespetuosas y tal vez impúdicas mis palabras, usted debiera apresurarse a tomar estado para no dejar que se extinga tan buena casta como es la de los Gutiérrez de Cisniega; y de hacerlo, debe buscar varón a propósito, no por cierto un jamelgo empedernido y seco como D. Pedro, sino un cachorro tiernecito que alegre la casa, un joven, pongo por caso, como este Gabriel, que nos está oyendo, el cual se daa por muy bien servido, si lograra llevar a sus hombros carga tan dulce como usted.
Yo, que almorzaba durante este gracioso diálogo, no pude menos de manifestarme conforme en todo y por todo con las indicaciones de Amaranta; y doña Flora sirviéndome con singular finura y amabilidad, habló así:
-Jesús, amiga, qué malas cosas enseña usted a este pobrecito niño, que tiene la suerte de no saber todaa más que la táctica de cuatro en fondo. ¿A qué viene el levantarle los cascos con...? Gabriel, no hagas caso. Cuidado con que te desmandes, y mal instruido por esta pícara condesa, vayas ahora a deshacerte en requiebros, y desbaratarte en suspiros y fundirte en lágrimas... Los niños a la escuela. ¡Qué cosas tiene esta Amaranta! Criatura, ¿acaso el muchacho es de bronce?... Su suerte consiste en que da con personas de tan buena pasta como yo, que sé comprender los desvaríos propios de la juventud, y estoy prevenida contra los vehementes arrebatos lo mismo que contra los lazos del enemigo. Calma y sosiego, Gabriel, y esperar con paciencia la suerte queDios destina a las criaturas. Esperar sí, pero sin fogosidades, sin exaltaciones, sin locuras juveniles, pues nada sienta tan bien a un joven delicado y caballeroso, como la circunspección. Y si no aprende de ese Sr. D. Pedro del Congosto, aprende de él; mírate en el espejo de su respetuosidad, de su severidad, de su aplomo, de su impasible y jamás turbado platonismo; observa cómo enfrena sus pasiones; como enfría el ardor de los pensamientos con la estudiada urbanidad de las palabras; cómo reconcentra en la idea su afición y pone freno a las manos y mordaza a la lengua y cadenas al corazón que quiere saltársele del pecho.
Amaranta y yo haamos esfuerzos por contener la risa. De pronto oyose ruido de pasos, y la doncella entró a anunciar la visita de un caballero.
-Es el inglés -dijo Amaranta-. Corra usted a recibirle.
-Al instante voy, amiga a. Veré si puedo averiguar algo de lo que usted desea.
Nos quedamos solos la condesa y yo por largo rato, pudiendo sin testigos hablar tranquilamente lo que verá el lector a continuación si tiene paciencia.