domingo, 18 de marzo de 2012

Fernández de Moratín

Nació en Madrid el 10 de marzo de 1760, siendo sus padres Nicolás Fernández de Moratín e Isidora Cabo Conde, que por entonces vivían cerca de la calle de las Huertas, en el barrio después llamado de los poetas o de las letras. Como si su destino se marcara desde los inicios, le bautizaron en la iglesia de San Sebastián, sede de la Cofradía de los actores. Su padre, poco amigo de la enseñanza universitaria, no quiso que estudiara y le hizo aprender saberes más útiles y prácticos, participando seguramente del mismo planteamiento de Campomanes de valoración del trabajo manual. Tanto el padre como el hijo trabajaron, con sus manos,m en el taller de Joyería del rey.
Se ha señalado que el ambiente en que se crió propiciaba su dedicación a las letras, lo cual parece lógico, si se tiene en cuenta que a su alrededor estaban los amigos literatos de su padre, que pertenecía a la Sociedad Económica Matritense y frecuentaba la tertulia de la Fonda de San Sebastián. Como consecuencia de su gran interés por la poesía, a los  19 años, en 1779, recibió el accésit de la Real Academia Española por su poema "La toma de Granada" y a los años siguientes consiguió el mismo premio en el concurso de la Academia con su "Sátira contra los vicios introducidos en la poesía castellana", más conocida como Lección poética. Pero ese mismo año murio su padre y su vida cambió de forma drástica, a lo que contribuyó también la mala situación económica de la familia.
Como si la tragedia personal fuese unida a la experiencia literaria, en 1785 moría su madre.
Después de innumerables obras, es nombrado miembreo de la Academia Nacional y muere en París el 21 de junio de 1828.

La comedia nueva o El café es una comedia satírica en dos actos de Leandro Fernández de Moratín estrenada el 7 de febrero de 1792 en el Teatro del Príncipe de Madrid. Tiene por asunto la crítica del drama heroico de su tiempo y está escrita en prosa, algo excepcional en esta época, y que solo tenía como precedente ilustre El delincuente honrado (1774), comedia lacrimógena de Jovellanos.
Moratín tenía escrita La comedia nueva a fines de 1791 como una breve pieza metateatral cuyo objeto era la crítica del efectista drama histórico contemporáneo. A la vez, la obra promovía la dramaturgia defendida por los ilustrados, que abogaba por el respeto a las tres unidades dramáticas (de acción, espacio y tiempo) y la primacía de los caracteres de los personajes sobre el enredo complicado y los efectos de tramoya en que se basaba el teatro más popular en el siglo XVIII, cultivado por autores como Luciano Comella, quien se sintió aludido como blanco de esta sátira e intentó censurarla.
En la obra de Moratín, el interés dramático se centra en el desarrollo de la caracterización psicológica de los personajes. Así, don Hermógenes, quizá el personaje central, es el motor del conflicto dramático, pues es quien con su perniciosa adulación ha convencido al joven don Eleuterio para iniciar su carrera dramática, esperando con los beneficios obtenidos que Eleuterio le pague sus numerosas deudas. El nuevo dramaturgo ha compuesto la obra El gran cerco de Viena, que se presenta como la parodia del prolífico género del drama histórico-heroico que se representaba en la época, basado en un desmesurado aparato escenográfico, que hacía aparecer sobre las tablas gran cantidad de personajes (habitualmente reyes y príncipes de lejanos países europeos y estrambóticos nombres), cuadros bélicos, ejércitos, caballería y gran cantidad de trucos escénicos y de tramoya, lo que hacía primar el espectáculo visual sobre el textual. De ese modo, y asentado en un rebuscado enredo repleto de anagnórisis, cambios de escenario (y consecuentemente de países y tiempos en la acción dramática) y peripecias sorprendentes, los actores se lucían en la declamación de papeles de tono altisonante.
Con esta obra Moratín pretendió acabar con aquel tipo de espectáculo escénico, y para ello redujo la intriga a una sencilla trama basada en un único motivo, situada en un espacio único (en este caso un café) y sincronizó la duración de la representación con la del tiempo de la acción dramática. En esta comedia importa sobre todo la adecuación y precisión de los diálogos y la naturalidad de estos, revelando, con ellos, el carácter de los personajes que los dicen. Además, redujo el elenco a los agonistas esenciales para el desarrollo de la acción, y utilizó la prosa, algo poco habitual entonces, para hacerles hablar de modo llano y con los registros de la lengua ajustados al habla de los personajes. Leandro Fernández de Moratín, además, fue uno de los primeros autores que supervisaron la dirección escenográfica para que se ajustara a su concepción ilustrada, y consta que así lo pidió y llevó a cabo con motivo de una de las representaciones de La comedia nueva.

Aquí dejo un fragmento de La comedia nueva o el café.

Acto I


Escena I

 
DON ANTONIO, PIPÍ.
 

 
(DON ANTONIO sentado junto a una mesa; PIPÍ paseándose.)
 
DON ANTONIO.-  Parece que se hunde el techo. Pipí.
PIPÍ.-  Señor...
DON ANTONIO.-  ¿Qué gente hay arriba, que anda tal estrépito? ¿Son locos?
PIPÍ.-  No, señor; poetas.
DON ANTONIO.-  ¿Cómo poetas?
PIPÍ.-  Sí, señor; ¡así lo fuera yo! ¡No es cosa! Y han tenido una gran comida: Burdeos, pajarete, marrasquino, ¡uh!
DON ANTONIO.-  ¿Y con qué motivo se hace esa francachela?
PIPÍ.-  Yo no sé; pero supongo que será en celebridad de la comedia nueva que se representa esta tarde, escrita por uno de ellos.
DON ANTONIO.-  ¿Conque han hecho una comedia? ¡Haya picarillos!
PIPÍ.-  ¿Pues qué, no lo sabía usted?
DON ANTONIO.-  No, por cierto.
PIPÍ.-  Pues ahí está el anuncio en el diario.
DON ANTONIO.-  En efecto, aquí está  (Leyendo el diario, que está sobre la mesa.) : COMEDIA NUEVA INTITULADA EL GRAN CERCO DE VIENA. ¡No es cosa! Del sitio de una ciudad hacen una comedia. Si son el diantre. ¡Ay, amigo Pipí, cuánto más vale ser mozo de café que poeta ridículo!
PIPÍ.-  Pues mire usted, la verdad, yo me alegrara de saber hacer, así, alguna cosa...
DON ANTONIO.-  ¿Cómo?
PIPÍ.-  Así, de versos... ¡Me gustan tanto los versos!
DON ANTONIO.-  ¡Oh!, los buenos versos son muy estimables; pero hoy día son tan pocos los que saben hacerlos; tan pocos, tan pocos.
PIPÍ.-  No, pues los de arriba bien se conoce que son del arte. ¡Válgame Dios, cuántos han echado por aquella boca! Hasta las mujeres.
DON ANTONIO.-  ¡Oiga! ¿También las señoras decían coplillas?
PIPÍ.-  ¡Vaya! Allí hay una doña Agustina, que es mujer del autor de la comedia... ¡Qué! Si usted viera... Unas décimas componía de repente... No es así la otra, que en toda la mesa no ha hecho más que retozar con aquel don Hermógenes, y tirarle miguitas de pan al peluquín.
DON ANTONIO.-  ¿Don Hermógenes está arriba? ¡Gran pedantón!
PIPÍ.-  Pues con ése se ha estado jugando; y cuando la decían: «Mariquita, una copla, vaya una copla», se hacía la vergonzosa; y por más que la estuvieron azuzando a ver si rompía, nada. Empezó una décima, y no la pudo acabar, porque decía que no encontraba el consonante; pero doña Agustina, su cuñada... ¡Oh!, aquélla sí. Mire usted lo que es... Ya se ve, en teniendo vena.
DON ANTONIO.-  Seguramente. ¿Y quién es ése que cantaba poco ha y daba aquellos gritos tan descompasados?
PIPÍ.-  ¡Oh! Ese es don Serapio.
DON ANTONIO.-  Pero ¿qué es? ¿Qué ocupación tiene?
PIPÍ.-  Él es... Mire usted. A él le llaman don Serapio.
DON ANTONIO.-  ¡Ah, sí! Ése es aquel bullebulle que hace gestos a las cómicas, y las tira dulces a la silla cuando pasan, y va todos los días a saber quién dio cuchillada; y desde que se levanta hasta que se acuesta no cesa de hablar de la temporada de verano, la chupa del sobresaliente y las partes de por medio.
PIPÍ.-  Ese mismo. ¡Oh! Ése es de los apasionados finos. Aquí se viene por las mañanas a desayunar; y arma unas disputas con los peluqueros, que es un gusto oírle. Luego se va allá abajo, al barrio de Jesús; se juntan cuatro amigos, hablan de comedias, altercan, ríen, fuman en los portales. Don Serapio los introduce aquí y acullá hasta que da la una, se despiden, y él se va a comer con el apuntador.
DON ANTONIO.-  ¿Y ese don Serapio es amigo del autor de la comedia?
PIPÍ.-  ¡Toma! Son uña y carne. Y él ha compuesto el casamiento de doña Mariquita, la hermana del poeta, con don Hermógenes.
DON ANTONIO.-  ¿Qué me dices? ¿Don Hermógenes se casa?
PIPÍ.-  ¡Vaya si se casa! Como que parece que la boda no se ha hecho ya porque el novio no tiene un cuarto ni el poeta tampoco; pero le ha dicho que con el dinero que le den por esta comedia, y lo que ganará en la impresión, les pondrá casa y pagará las deudas de don Hermógenes, que parece que son bastantes.
DON ANTONIO.-  Sí serán. ¡Cáspita si serán! Pero, y si la comedia apesta, y por consecuencia ni se la pagan ni se vende, ¿qué harán entonces?
PIPÍ.-  Entonces, ¿qué sé yo? Pero ¡qué! No, señor. Si dice don Serapio que comedia mejor no se ha visto en tablas.
DON ANTONIO.-  ¡Ah! Pues si don Serapio lo dice, no hay que temer. Es dinero contante, sin remedio. Figúrate tú si don Serapio y el apuntador sabrán muy bien dónde les aprieta el zapato, y cuál comedia es buena y cuál deja de serlo.
PIPÍ.-  Eso digo yo; pero a veces... Mire usted, no hay paciencia. Ayer, ¡qué!, les hubiera dado con una tranca. Vinieron ahí tres o cuatro a beber ponche, y empezaron a hablar, hablar de comedias. ¡Vaya! Yo no me puedo acordar de lo que decían. Para ellos no había nada bueno: ni autores, ni cómicos, ni vestidos, ni música, ni teatro. ¿Qué sé yo cuánto dijeron aquellos malditos? Y dale con el arte; el arte, la moral y... Deje usted, las... ¿Si me acordaré? Las... ¡Válgate Dios! ¿Cómo decían? Las... las reglas... ¿Qué son las reglas?
DON ANTONIO.-  Hombre, difícil es explicártelo. Reglas son unas cosas que usan allá los extranjeros, principalmente los franceses.
PIPÍ.-  Pues, ya decía yo: esto no es cosa de mi tierra.
DON ANTONIO.-  Sí tal, aquí también se gastan, y algunos han escrito comedias con reglas; bien que no llegarán a media docena (por mucho que se estire la cuenta) las que se han compuesto.
PIPÍ.-  Pues, ya se ve; mire usted, ¡reglas! No faltaba más. ¿A que no tiene reglas la comedia de hoy?
DON ANTONIO.-  ¡Oh! Eso yo te lo fío; bien puedes apostar ciento contra uno a que no las tiene.
PIPÍ.-  Y las demás que van saliendo cada día tampoco las tendrán, ¿no es verdad, usted?
DON ANTONIO.-  Tampoco.¿Para qué? No faltaba otra cosa, sino que para hacer una comedia se gastaran reglas. No, señor.
PIPÍ.-  Bien; me alegro. Dios quiera que pegue la de hoy, y luego verá usted cuántas escribe el bueno de don Eleuterio. Porque, lo que él dice: si yo me pudiera ajustar con los cómicos a jornal, entonces... ¡ya se ve! Mire usted si con un buen situado podía él...
DON ANTONIO.-  Cierto.  (Aparte.)  ¡Qué simplicidad!
PIPÍ.-  Entonces escribiría. ¡Qué! Todos los meses sacaría dos o tres comedias. Como es tan hábil...
DON ANTONIO.-  ¿Conque es muy hábil, eh?
PIPÍ.-  ¡Toma! Poquito le quiere el segundo barba; y si en él consistiera, ya se hubiesen echado las cuatro o cinco comedias que tiene escritas; pero no han querido los otros, y ya se ve, como ellos lo pagan. En diciendo: no nos ha gustado o así, andar, ¡qué diantres! Y luego, como ellos saben lo que es bueno; y en fin, mire usted si ellos... ¿No es verdad?
DON ANTONIO.-  Pues ya.
PIPÍ.-  Pero deje usted, que aunque es la primera que le representan, me parece a mí que ha de dar el golpe.
DON ANTONIO.-  ¿Conque es la primera?
PIPÍ.-  La primera. Si es mozo todavía. Yo me acuerdo... Habrá cuatro o cinco años que estaba de escribiente ahí, en esa lotería de la esquina, y le iba muy ricamente; pero como después se hizo paje, y el amo se le murió a lo mejor, y él se había casado de secreto con la doncella, y tenía ya dos criaturas, y después le han nacido otras dos o tres, viéndose él así, sin oficio ni beneficio, ni pariente, ni habiente, ha cogido y se ha hecho poeta.
DON ANTONIO.-  Y ha hecho muy bien.
PIPÍ.-  Pues, ya se ve; lo que él dice: si me sopla la musa, puedo ganar un pedazo de pan para mantener aquellos angelitos, y así ir trampeando hasta que Dios quiera abrir camino.
 

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