Cuentos infantiles políticamente correcto es un libro pequeñito de recopilación de James Finn Garner.
Abre la selección la mencionada Caperucita Roja, pero también la acompañan Blancanieves o Cenicienta. Así hasta un total de trece cuentos que todos conocemos pero vistos desde otra óptica. Como dice su autor, James Finn Garner, pretende liberar los antiguos cuentos de hadas con los que todos crecimos de sus actitudes sexistas, racistas, nacionalistas, regionalistas, intelectualistas, socioeconomistas, etnocéntricas, falocéntricas, heteropatriarcales o discriminatorias. Una colección de cuentos para reír sin tregua y pensar detenidamente que muchas veces el exceso de corrección política nos lleva a situaciones absurdas.
James Finn Garner nació en Detroit y se dedica a escribir, dar conferencias y ofrecer espectáculos cómicos. Con ‘Cuentos infantiles políticamente correctos’, publicado en 1994 consiguió hacerse más conocido.
Aquí dejo el cuento de caperucita roja:
linde de un bosque. Un día, su madre le pidió que llevase una cesta con fruta fresca y agua
mineral a casa de su abuela, pero no porque lo considerara una labor propia de mujeres, atención,
sino porque ello representaba un acto generoso que contribuía a afianzar la sensación de
comunidad. Además, su abuela no estaba enferma; antes bien, gozaba de completa salud física y
mental y era perfectamente capaz de cuidar de sí misma como persona adulta y madura que era.
Así, Caperucita Roja cogió su cesta y emprendió el camino a través del bosque. Muchas personas
creían que el bosque era un lugar siniestro y peligroso, por lo que jamás se aventuraban en él.
Caperucita Roja, por el contrario, poseía la suficiente confianza en su incipiente sexualidad como
para evitar verse intimidada por una imaginería tan obviamente freudiana.
De camino a casa de su abuela, Caperucita Roja se vio abordada por un lobo que le preguntó qué
llevaba en la cesta.
-Un saludable tentempié para mi abuela quien, sin duda alguna, es perfectamente capaz de cuidar
de sí misma como persona adulta y madura que es -respondió.
-No sé si sabes, querida -dijo el lobo-, que es peligroso para una niña pequeña recorrer sola estos
bosques.
Respondió Caperucita:
-Encuentro esa observación sexista y en extremo insultante, pero haré caso omiso de ella debido
a tu tradicional condición de proscrito social y a la perspectiva existencial -en tu caso propia y
globalmente válida- que la angustia que tal condición te produce te ha llevado a desarrollar. Y
ahora, si me perdonas, debo continuar mi camino.
Caperucita Roja enfiló nuevamente el sendero. Pero el lobo, liberado por su condición de
segregado social de esa esclava dependencia del pensamiento lineal tan propia de Occidente,
conocía una ruta más rápida para llegar a casa de la abuela. Tras irrumpir bruscamente en ella,
devoró a la anciana, adoptando con ello una línea de conducta completamente válida para
cualquier carnívoro. A continuación, inmune a las rígidas nociones tradicionales de lo masculino y
lo femenino, se puso el camisón de la abuela y se acurrucó en el lecho.
Caperucita Roja entró en la cabaña y dijo:
-Abuela, te he traído algunas chucherías bajas en calorías y en sodio en reconocimiento a tu
papel de sabia y generosa matriarca.
-Acércate más, criatura, para que pueda verte -dijo suavemente el lobo desde el lecho.
-¡Oh! -repuso Caperucita-. Había olvidado que visualmente eres tan limitada como un topo. Pero,
abuela, ¡qué ojos tan grandes tienes!
-Han visto mucho y han perdonado mucho, querida.
-Y, abuela, ¡qué nariz tan grande tienes!... relativamente hablando, claro está, y a su modo
indudablemente atractiva.
-Ha olido mucho y ha perdonado mucho, querida.
-Y... ¡abuela, qué dientes tan grandes tienes!
Respondió el lobo:
-Soy feliz de ser quién soy y lo qué soy -y, saltando de la cama, aferró a Caperucita Roja con sus
garras, dispuesto a devorarla.
Caperucita gritó; no como resultado de la aparente tendencia del lobo hacia el travestismo, sino
por la deliberada invasión que había realizado de su espacio personal.
Sus gritos llegaron a oídos de un operario de la industria maderera (o técnico en combustibles
vegetales, como él mismo prefería considerarse) que pasaba por allí. Al entrar en la cabaña,
advirtió el revuelo y trató de intervenir. Pero apenas había alzado su hacha cuando tanto el lobo
como Caperucita Roja se detuvieron simultáneamente.
-¿Puede saberse con exactitud qué cree usted que está haciendo? -inquirió Caperucita.
El operario maderero parpadeó e intentó responder, pero las palabras no acudían a sus labios.
-¡Se cree acaso que puede irrumpir aquí como un Neandertalense cualquiera y delegar su
capacidad de reflexión en el arma que lleva consigo! -prosiguió Caperucita-. ¡Sexista! ¡Racista!
¿Cómo se atreve a dar por hecho que las mujeres y los lobos no son capaces de resolver sus
propias diferencias sin la ayuda de un hombre?
Al oír el apasionado discurso de Caperucita, la abuela saltó de la panza del lobo, arrebató el
hacha al operario maderero y le cortó la cabeza. Concluida la odisea, Caperucita, la abuela y el
lobo creyeron experimentar cierta afinidad en sus objetivos, decidieron instaurar una forma
alternativa de comunidad basada en la cooperación y el respeto mutuos y, juntos, vivieron felices
en los bosques para siempre.
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